Era antigua costumbre de Destino y de Capricho conceder un último deseo al moribundo. Por supuesto, y sin otro ánimo que perfeccionar el arte de la burla, sin que éste lo supiera. Así, milagrosamente, millones de almas escapaban de las garras de la peste; y otras tantas vencían a sus enemigos después de haber caído derrotadas… Con el tiempo, las gentes de aquel mundo, se dieron cuenta de su don, y alcanzaron un estado cercano a la inmortalidad.
Miedo se había convertido en un anciano enfermo y decrépito que yacía olvidado, al otro lado de una de aquellas rejas, en la más oscura de las alcobas. Pero antes de exhalar un último aliento, torció su boca mellada en una mueca taimada y formuló su deseo. Pocos vieron posarse un cuervo sobre el arco ojival de la calle. Menos fueron todavía los que se sorprendieron con la oquedad silenciosa del aleteo de sus alas. De ellas surgió el viento de amnesia…
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