Trataré de explicarme lo mejor que pueda, aunque no sé muy bien por donde empezar. Podría contáros que fue un parto difícil; os hablaría de cómo el portazo que dio aquella puerta cuando ella rompió aguas, arrancó lagrimas de miedo y esperanza en todo el pueblo. Pero flaco honor haría entonces a la verdad y a la historia. Supongo que debería empezar por el principio… Quizás sabéis que un cruel hachazo, propinado tal vez por una deidad cruel y psicótica, nos partió a todos en dos. Y es esa ausencia en carne viva lo que nos impulsa, con visceral e incansable vehemencia, a buscar la mitad que nos falta. Pero pocos saben que no todos estamos divididos del mismo modo. Algunos carecen buena parte del entendimiento; otros son poco menos que sordos o ciegos anhelando unos ojos o unos oídos con los que percibir un mundo con el que solo pueden soñar; y algunos, incluso, no son más que tullidos buscando una muleta en la que apoyarse. A él lo llamaban Orgullo, pues era el señor más acaudalado aquellas tierras. Ella trabajaba a su servicio llevando sus cuentas, y puesto que bien conocida era su diligencia, la llamaban Memoria. Podría mentir inventándome alguna historia de cuento, pero no fue más que la rutina lo que los enamoró. Volviendo a las mitades, algunos se dan cuenta, a menudo demasiado tarde, que no todas las piezas encajan, y que la perseverancia, normalmente una cualidad noble donde las haya, en estas ocasiones solo provoca que las piezas se acaben doblando o, en el peor de los casos, rompiendo para siempre. Eso sucedió con nuestra pareja… pero cuando se dieron cuenta, ella se había quedado encinta. Sus dos gemelos heredaron el patrimonio de su poderoso padre. Por el pueblo los llaman, a sus espaldas, Rencor y Perdón, y no creo que haga falta decíros quien gobierna.