No parecía más que un tipo extraño. Un loco tal vez, que se abandonaba a sí mismo bajo la lluvia; cerrando los ojos durante horas, sin más abrigo que el del frío viento de tormenta. Nadie sabía, sin embargo, que el pobre diablo estaba maldito. Así rezaba el eco funesto de su memoria: “Llegará el día, en el que llores donde nadie te vea”.