No sé cuanto habrá de verdad en esta historia, pues me la narró, un viejo borracho y locuaz mientras me sonsacaba un trago de vino, durante el transcurso de mi último viaje. Aún así, siento la extraña necesidad de pagar sus palabras con algo más que un pellejo de vino. Que quede así constancia, en este insólito lugar, de esta leyenda moribunda:
“Arribó hasta aquellas tierras un monarca exiliado. Harto de reinar sin reino, decidió asentarse en aquel lugar, ordenando empezar la construcción de la que sería su nueva corte; un fastuoso palacio que fuera la envidia de Europa. Pero no fue un proyecto sencillo. En él trabajaron más de 70 canteros (cada uno con su séquito de aprendices y oficiales) y pasó por las manos de media docena de arquitectos que deshicieron y rehicieron los planos hasta la saciedad, de tal modo que ni siquiera aquellos que habían trabajado en la obra desde el principio, conocían con exactitud cual sería su aspecto final. Por fortuna, treinta años más tarde, justo cuando la salud del monarca empezaba ya a hacer mella en la que otrora fuera una paciencia virtuosa, la colosal edificación fue concluida. Se procedió entonces, a saldar las cuentas con todos los que habían participado en el titánico proyecto. Para determinar los pagos de cada uno de los canteros, la costumbre de aquella época mandaba que en cada una de sus piedras hubieran dejado gravada su marca. Así, el consejero de la moneda, solo tenía que contar las marcas, para proceder al pago de cada uno de los canteros. En alguna ocasión, había surgido alguna disputa porque en alguna de las piedras hubieran dos marcan dos diferentes, pero nunca quedaba ninguna piedra sin marcar. Por eso resultó tan insólito que todas los bloques de una de las torres, estuvieran libres de marca. Se interrogó a todos los maestros constructores y se revisaron una y otra vez los maltrechos planos, pero nadie sabía de donde había surgido aquél, el más septentrional de los torreones. Afortunadamente, la estructura fue del agrado del rey, y aquel misterio no tardó en caer en el olvido. Después de todo, la corona había eludido el pago de aquella construcción sin descontento alguno.
La ceremonia de inauguración se prolongó durante siete días y siete noches. El lujo y los excesos recorrieron los suntuosos salones. Pero al amanecer del octavo día, uno de los guardias reales que había sido visto por última vez patrullando por el adarve más cercano a la misteriosa torre, apareció muerto, aplastado contra el suelo sobre el que se erguía la misma. Todos consideraron aquella desgracia como un desafortunado accidente. Al fin y al cabo, no sería el primero ni el último de los soldados que, después de beber más de la cuenta, perdía el equilibrio cuando intentaba vaciar su vejiga. Pero durante las cinco semanas siguientes, se sucedieron otras tantas muertes. Todos soldados, todos muertos del mismo modo. Un silencio tenso, solo interrumpido por algunos susurros funestos, empezó a recorrer los pasillos de palacio. Hubo algunas deserciones, e incluso más de un gran señor abandonó la corte escudándose en burdas excusas. esgraciadamente, la sexta de las muertes no sirvió sino para cimentar las más aciagas supersticiones. Aunque a diferencia de los anteriores, el sexto soldado no apareció estampado contra el suelo. Quiso el caprichoso destino que, cuando el pobre desgraciado iba a precipitarse al vacío, el espadón que colgaba de su cinto quedase atascado en la balaustrada, dejando su cuerpo colgando como un títere. Lo encontraron al alba, frío, rígido y pálido; con los ojos blancos y una mueca extraña que recordaba grotescamente a una sonrisa.
Había quien estaba convencido de que se trataba de una maldición, pues antes de que el rey los expulsara, allí se había asentado una tribu pagana liderada por una bruja de cabellos en llamas. Otros afirman, simplemente, que el viento en aquella zona es muy traicionero y las almenas demasiado bajas… Sea como fuere, desde entonces, el paso hacia aquella torre ha permanecido sellado. Pero cuentan algunos, que las noches de luna clara, cuando todos duermen y algunos sueñan, en el balcón de la torre puede vislumbrarse una hermosa silueta hecha de jirones de plata, la visión de un deseo, una dama desnuda, de ademán noble y cabellos de fuego. Y que cuando sopla el cierzo, arrastra en su suspiro una promesa imposible.”
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