Últimamente he adquirido el vicio de revisar el móvil en cuanto despierto. Todavía desde la cama, dejo resbalar mi sueño mientras toqueteo banalmente la pantalla, perdiendo unos valiosos minutos que siempre me condenan a llegar tarde a todas partes. Hoy, sin embargo, mi rutina habitual se ha visto salpicada por un hecho que no puedo calificar sino de inquietante, pues he descubierto una fotografía desconocida en el carrete de mi teléfono. He permanecido largo rato contemplándola, confundido, tratando de recordar, una y otra vez, dónde y cuándo diablos tomé aquella instantánea. Y cuando ya estaba a punto de darme por vencido, cuando ya me había liberado del nudo de las sábanas, la bruma que velaba mi memoria ha empezado a desvanecerse lentamente, dejando tras de sí el recuerdo de una extraña historia, ahora salvada de las tinieblas del olvido.
Sucedió este verano, durante mi breve visita a una pequeña aldea perdida en los Pirineos. En realidad solo estaba de paso, y mi intención era continuar mi camino en cuanto hubiera comido algo. Pero recuerdo que me entretuve dando un pequeño paseo por aquellas callejuelas casi abandonadas. Y cuando el sol de la tarde ya empezaba a quemar mis ideas, decidí regresar al coche atajando por una calle un tanto singular. La calle se llamaba Esperanza, y de los muros de sus casas no quedaban más que ruinas. Tan solo uno de los inmuebles, el número cuatro, permanecía todavía en pie, alzándose sereno y majestuoso por encima del tiempo y del olvido. Fue en ese instante, junto a la puerta de aquél caserón, cuando la vi. Una muchacha agachada, tratando de ver lo que fuera que ocultase aquel enorme portón. La calle estaba desierta, así que para no asustarla, empecé a silbar una melodía mientras me acercaba a ella. Mas permaneció por completo ajena a mi presencia. La curiosidad, no obstante, tiraba de mí, más y más, hacia la misteriosa escena.
-¿Qué haces? -pregunté al fin.
-Shhhhhhhhht… -respondió haciendo caso omiso de mis palabras.
Siguió inclinada sin despegar la vista de la puerta, pero me hizo señas para que me acercara. Cuando estuve a su lado me hizo sitio para que pudiera mirar a través de una diminuta hendidura en la madera.
Mientras yo intentaba discernir algo en la densa oscuridad que reinaba al otro lado de la puerta, sentí la cálida caricia de su respiración en mi rostro. Olía a menta, a hierbabuena, a noche y a verano.
-No veo nada -Le dije confundido y extrañamente embriagado.
-Continúa mirando… -insistió ella con un tono casi infantil.
Tal vez no me creáis pero así es como sucedió, o por lo menos, como ahora lo recuerdo. Cuando volví a mirar a través de la puerta, me vi a mi mismo junto a la desconocida, caminando por una estrecha vereda que atravesaba un mar en calma. Un mar tan cristalino que reflejaba el cielo nocturno con tanta claridad, que por un momento creí volar a través del firmamento.
-Ven conmigo… -Me interrumpió la misteriosa muchacha tomándome de la mano sin darme oportunidad alguna a negarme.
Doblamos una esquina, y cuando estábamos en el lado opuesto de la manzana, se detuvo junto a una puerta idéntica a la que habíamos abandonado. Señaló la placa que daba nombre a la nueva calle: Realidad.
-Volvamos… ¡De prisa! -Gritó.
La seguí sin entender nada. Nos remontamos sobre nuestros pasos, pero esta vez la puerta de la calle Esperanza estaba abierta. La oscuridad escapaba del interior como el humo gélido huye de un congelador abierto. Un escalofrío recorrió mi espinazo.
-No tengas miedo -dijo la muchacha apretando mi mano-. Crucemos al otro lado.
En el interior del edificio nos deslizábamos lentamente, muy cerca el uno del otro, casi pegados como una sombra más. Los ojos fatuos de la desconocida brillaban frente a mi. Ya no sentía miedo, me bastaba con sentir el calor de su mano abrazada con la mía, su fragancia guiándome en aquella noche enjaulada. Me acerqué a ella hasta que pude sentir los latidos acompasados de su corazón iluminando mis tinieblas…
Tropecé, nos separamos, caí al suelo golpeándome la cabeza con fuerza y perdí el sentido. No sé cuanto tiempo estuve inconsciente, pero al despertar en medio de la oscuridad, supe que estaba solo. La llamé hasta deshilvanar el último hilo de mi voz, la busqué a tientas durante horas, golpeándome con formas que todavía hoy no sé descifrar… Pero fue inútil, había desaparecido.
No sé si la muchacha consiguió llegar al otro lado y salir por la puerta de la Calle Realidad… ¡Ojalá! Pero solo me queda la certeza de que yo continué mi viaje, pues estoy escribiendo ahora estas lineas, aunque a decir verdad ni siquiera recuerdo haber encontrar la salida de aquel lugar. Tal vez una parte de mí, todavía siga allí, vagando en las tinieblas, atrapado en la última casa de la calle Esperanza.
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estas hecho un crack!!!! geniales las fotos y los relatos!!! tienes una gran riqueza de palabras e imaginacion!! ayudas a escapar con tu propia imaginacion!!! facilitas viajar con tus textos!!!! muchas gracias!! un abrazo grande!!!