Nacían y morían presos en una caverna olvidada. Pero también sufrían y gozaban contemplando sombras sobre la única pared que los impertérritos centinelas de sus grilletes les permitían contemplar. Llevaban así más generaciones que números conocían. Hasta que una noche templada, las cadenas de uno de los moradores claudicaron, al fin, ante el inexorable azote del tiempo. Y esto fue lo que vio el intrépido liberto cuando se armó de valor para salir al exterior. Angustiado por su descubrimiento, trató de regresar a la caverna. Quería advertirles a sus hermanos que todas las bellas historias con las que habían dado color a las sombras, no eran sino el eco de un mundo caótico y gobernado por el miedo. Que el Edén, era en realidad el don de la imaginación, pero ya estaba rodeado. Trató de huir a contracorriente… Era inútil; cuanto más se movía, más se hundía. Fue engullido sin remedio por una densa y pegajosa marea humana.