«Tenías razón» reconoció un Dios a otro. «¿Ah sí? ¿Sobre qué?» preguntó esperando que su colega fuera más concreto. «No evolucionan; son demasiado simples, demasiado perfectos.» respondió un tanto desmoralizado. «Eso tiene solución.» añadió su eminente compañero con cierto tono docente. «Lo sé, pero no puedo enseñarles a discernir entre el bien y el mal siendo malvado con ellos. Eso corrompería el objetivo: El libre albedrío» expuso el primero Dios apuntando al verdadero problema. «Necesitarás trasladar su culpa, necesitarás un plan» Sentenció el otro con una condescendiente sonrisa. Y les prohibió comer del árbol más magnífico del jardín. Sabía, no obstante, que le obedecerían. Necesitaba arrebatarles la inocencia sin que fueran capaces de distinguir su voluntad. Para ello creó la serpiente, y ella sembró en sus conciencias la semilla de la humanidad: la ambición y la duda. Poco después empezó esta penumbra gris llamada Vida…