Ya he olvidado cómo llegué a aquella casa, pero recuerdo como si fuera ayer la primera vez que desperté en ella. Ambas me aguardaban a sendos costados de su lecho, dejándose bañar por la miel del sol, regalándome una visión que no merecía. No supe hasta mucho tiempo después que no eran hermanas, mas todo lo compartían: amigos y enemigos; carcajadas y llantos; sueños y pavores; secretos… y celos. Todavía hoy, en esta noche eterna, puedo sentir su aroma impregnado en aquellas sábanas, las mismas que ahora me cubren, teñidas de rojo y de podredumbre.